Regalos, comida, fiesta, novena, familia, luces, velas, pólvora, paseo, primos, amigos, alegría, líneas congestionadas, nostalgia por las navidades anteriores, felicidad. Si pensamos sobre lo que llega con la navidad y el año nuevo tendríamos un listado interminable de atributos al mes más importante y esperado del año, comenzaríamos a recordar a las personas que ya no están, las fiestas con toda la familia que con el tiempo han perdido intensidad,  participación y entusiasmo. Hay quienes ven con la llegada de diciembre nuevas oportunidades, el cierre de ciclos, y mejores comienzos. Sin embargo, a medida que los años nos van haciendo grandes, responsables y “maduros”, nuestro sentido de todas las cosas que expresa NAVIDAD se ha transformado llenándose de razón y perdiendo un poco la ingenuidad y sabiduría de nuestra niñez. Por supuesto la sorpresa y la emoción por el encuentro y la celebración, nos acompaña siempre.

Los niños son parte esencial de las festividades decembrinas, salen saltando con sus juguetes nuevos a estrenarlos y presumirlos con los amiguitos vecinos. Se emocionan con los regalos y en sus cabezas arman historias magníficas sobre el origen de aquellos juguetes los cuales serán sus nuevos compañeros de infancia, para darles a ellos la importancia que, por supuesto, merecen. Muchos recordamos a nuestros padres bailando y a nuestros tíos disfrazados de Papá Noel; entonces surge la pregunta, ¿alguien recuerda cómo pensábamos en aquel entonces? ¿Qué pasaba por nuestra cabeza cuando nos preguntaban sobre El Niño Dios, sobre los ángeles, e incluso sobre la familia, el miedo, la tristeza o el amor? De hecho, ¿alguien nos lo preguntó alguna vez?

Ahora, diciembre no se limita a la navidad, porque a pesar de que la magia de los regalos y la unión nos llena de ilusión, el año nuevo es el cambio que todos esperamos a lo largo del año, con el tiempo se convierte en el límite de la felicidad o la tristeza, del éxito o el fracaso; es la medición de los logros que nos propusimos el año anterior. “Este no fue mi año”, “qué año más feliz” o, como en este caso, “qué año tan extraño y repleto de cosas”. Si retrocediéramos en el tiempo, tal vez quince, veinte o de pronto treinta y hasta cuarenta años atrás, no pensaríamos igual, significaría el año nuevo un curso más arriba en el colegio, de pronto pensaríamos en los cambios con una inocencia admirable ahora. Nos estrenaríamos la vestimenta de diciembre y lloraríamos porque el límite para el caso, representaría que ya casi terminan las vacaciones. De pronto de niños no nos pasó por la cabeza la dieta, el gimnasio y nuestra única preocupación se reducía a la recolección de méritos para recibir buenos regalos en la navidad y, en año nuevo, volver a comenzar con las buenas conductas para que el diciembre que viene sea mejor.

La pregunta que valdría realmente la pena plantearnos por estas épocas es: ¿Qué pasó con esa inocencia, esas ganas por descubrir y por crear? ¿Qué pasó con esa necesidad insaciable de confiar en el mundo?

 

Elaborado por:

Sofía Tribín